Se armó la gorda

¡Tronco! ¡Tronco! ¡Pará! No sabés lo que pasó. Ni te imaginas el quilombo que se armó esta mañana. De no creer. Mirá. Mírame las patitas. Todavía estoy temblando. Que nervios, che. Nunca viví nada parecido en mi vida. Déjame recuperar el aliento y te cuento. Ay, mamita. Que feo se puso, Tronco. ¡Qué feo!

Resulta que se apareció el Pirata bien temprano en el baldío a los gritos pelados. Decía que el no era un callejero cualquiera. Que no iba a aceptar el liderato de nadie. Que a él nadie le iba a dar órdenes y que de ninguna manera iba a pagar los tres huesitos de impuestos por semana. Y así estuvo como cinco minutos vociferando que nos despertó a todos. Pero no vino sólo el Pirata, Tronco. Se trajo a dos galgos sarnosos y armó un motín ahí mismo. La Matilde enseguida se fue a parar atrás del Pirata y empezó a gritar también que ella no iba a pagar nada. Una de gritos y ladridos que ni te cuento.

La Doña Coquita estaba en su cuchita pero no salía a enfrentarlos. Se había generado una tensión en el ambiente, Tronco, que se cortaba sola. El Pirata al no verla salir medio que se agrandó y siguió haciéndose el macho cabrío.

De pronto se asoma la Coquita desde su cuchita.

—A ver, ¿Qué pasa acá? ¿Qué son esos maullidos a estas horas? —salió diciendo entre dormida.

—¿Así que vos sos la famosa Coquita? ¿La que se hace llamar “La Doña”? —le dijo el Pirata.

Yo ahí mismo pensé que se armaba el lío, Tronco. Nunca había escuchado a nadie que se animara a dirigirse con esa altanería a la Doña. Pero no. La tipa seguía muy tranquila y caminaba despacio al encuentro con el Pirata y los dos galgos. Ah, y la Matilde que estaba atrás también.

—No tan famosa —dijo después de un rato—. ¿Y quién sos vos cachorro?

¡Para qué! Rojo como un tomate se puso el Pirata. Estaba que trinaba. Echo una furia. Los ojos que se les salían para afuera, Tronco.

—¡Yo soy el Pirata! —dijo haciéndose escuchar bien fuerte.

Los galgos se adelantaron unos pasos y mostraron los dientes. No dijeron nada, pero estaban al acecho. Preparados para que o el Pirata les dé la orden o que se armé la gorda.

—Ah, mirá vos. El Pirata. ¿Y tus amiguitos quiénes son?

—Son amigos. Eso son.

—Ah, sí. ¿Y decime, que andan haciendo por mi barrio? —dijo la Coquita remarcando bien las palabras “mi barrio”.

—¡¿Tu barrio?! Jeje. —dijo el Pirata—. ¿Pero quién te crees que sos, negrita? ¿A quién te comiste?

No, Tronco. Me muero. De sólo contártelo se me hiela el pellejo, mirá. Mirá. ¡Mirá!

—Preguntále a la cola de tu amiguita que tenés ahí atrás tuyo —dijo la Coquita señalando a la Matilde.

Creo que a esa altura la Matilde se había arrepentido de haberse puesto del lado del Pirata. Estaba que temblaba toda también y se le veía el miedo en los ojos. Era re tenso, viejo. Ay, pero que tenso que era ese momento, Tronco. No sabés.

—Ah. Sí —dijo el Pirata—.  Me contó lo que pasó entre ustedes. Que se agarraron de las mechas hace un tiempo.

—Bueno, si te contó porque no me haces el favor de mandarte a mudar.

—¡No nos vamos nada! —saltó uno de los galgos.

—Sí —dijo el otro—. De acá no nos mueve nadie. ¿Está claro?

La Coquita seguía muy tranquila. Parecía desanimada. Alicaída. Eso hacía que tuviera más cagazo yo, Tronco. No sabía cómo podría reaccionar y cuando se empezaban a dar. Y lo peor era que tenía miedo de ligarla yo también. Así, sin comerla ni beberla, ¿viste?

—Es muy temprano chicos. Estoy cansada —dijo la Coquita bufando—. Anoche no dormí bien. No ando de buen humor, menos cuando me levantan a los gritos a las seis de la mañana. Miren. Se las voy a hacer corta. Y se lo voy a repetir una vez y lo voy a hacer muuuuy despacio para que les entre en esas cabecitas de pajaritos que tienen. Si no se van ya mismo… la van a pasar mal.

—¿Es una amenaza? ¡Porque a mí no me corre nadie, eh! —dijo el Pirata.

—Tomálo como quieras cachorro —dijo la Coquita mientras empezaba a caminar lentamente devuelta hacia su cuchita—, pero te vas ahora antes de que…

—¿Antes de que, petisa? —dijo uno de los galgos.

Ahí mismo y como un rayo la Doña Coquita se dio media vuelta y empezó a correr hacia el Pirata y los galgos.

—¡A ella! —gritó el Pirata.

Pero la Coquita ni lerda ni perezosa ya estaba saltándole al cuello de uno de los galgos. Tenés que haberla visto, Tronco. Una luz negra era. Y parecía que estaba en todas partes al mismo tiempo. Volteó al primero de un tarasconazo en la garganta y éste quedó tirado en el suelo aullando de dolor. Se agachó y el otro galgo le pasó por encima. Ni bien tocó el suelo se le fue al humo, lo agarró de la cola y le empezó a morder los huevos. ¡Ay, que dolor! No me quiero imaginar lo que habrá sentido ese sarnoso. Después le caminó por el lomo y le masticó el hocico. El galgo se fue rajando. Entonces quedaron mano a mano la Coquita y el Pirata. Era el momento, Tronco. La Coquita lo miró a los ojos fijamente y le gruño mostrándole todos los dientes sangrando. Con la sangre de los galgos, ¿viste? El Pirata también gruño pero sin convicción. No sonó muy bravo. Estaba cagado en las patas el guacho.

Bueno, Tronco. Me tengo que ir. Después la sigo. Sí. Tengo que hacer unas cositas por ahí. Jaja. Mentira, boludo. Te estaba jodiendo. Como te voy a dejar el relato justo ahora. Jaja. Tenías que haberte visto la cara. Jaja.

Entonces las Coquita empezó a caminar muy lentamente hacia el Pirata sin dejar de mostrarle los dientes. Y cuando ya estaba hocico con hocico y que se estaban por dar, la Doña Coquita lo mira y haciéndole el amague con la cabeza como que lo iba a atacar le dice “Bu”. Sí. “Bu”, le dice, Tronco. Como si fuera un fantasma. “Bu” le mandó la loca. Y el Pirata que se largó a llorar.

—¡Perdón! ¡Perdón, Doña Coquita! ¡Excelentísima Coquita! ¡Perdón! —empezó a decir el mastodonte a los llantos limpios mientras se arrodillaba a los pies de la Coquita—. ¡Perdón! No sabía lo que hacía.

La Doña se lo fue quitando de encima y se lo quedó mirando un rato. Para mí que estaba viendo si le daba una biaba o no. Al rato le dice que listo, que ya estaba. Que quería irse a dormir. Que estaba muy cansada para pensar que iba a hacer con él. Y lo citó para el viernes al mediodía en el baldío. Va a celebrar una especie de juicio o no sé qué mierda. Le dijo que tenía que ser puntual porque si no la cosa podría ser peor. La Matilde no se la llevó de arriba tampoco. También está citada para el juicio del viernes y ahí mismo le subió los impuestos a quince huesitos que tenía que conseguir antes del fin de semana. Jaja. No se cómo va a hacer para conseguirlo la loca. Esta toda preñada y no tiene mucha clientela por esta época. Pero no es problema mío, Tronco. Ya te dije el otro día.

Lo bueno que se está poniendo esto, querido.  Ley marcial declaró hasta el juicio del Pirata y la Matilde, así que ninguno de los callejeros podemos alejarnos del barrio y tenemos que volver al baldío antes de que oscurezca.

No, si el horno no está para bollos, Tronquito. Y ahora me las pico que en un rato se va el sol y todavía no conseguí la cena de esta noche.

La que se viene, Tronco. La que se viene.

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El momento Random
La soledad del alma

Pila Gonzalez

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Me gusta lo simple. Juntarme a comer y tener una buena charla con mis amigos, salir a correr, sentarme a leer en un parque, escribir en cuadernos, recorrer lugares caminando. Enamorado de los Balcanes, me autodenomino un catador de cafeterías por el mundo.
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