¡Ay, Tronco querido! Mi viejo amigo. No tenés ni la más puta idea de lo que acaba de ocurrir. ¡Ay, mamita santa! Estoy con las patitas temblando. El quilombo que se armó con ese juicio al Pirata. No sabés. Que barbaridad, che. ¡Qué cosa de locos! Yo no se bien donde estoy parado. Pero creo que se vienen una bien gorda. Pero de las gordas, gordas, Tronco. De esas que nunca vivimos ni vos, ni yo, ni el Capitán. ¡Ay Rintintin y Lassie santos! No se para donde patearla. Es demasiado para mi. Esta situación se nos fue a todos de las manos, viejo. Y ahora aguantate la tormenta. Yo que estaba tranquilo o creía que estaba tranquilo y ahora esto. Ya no es lo que era, mi amigo. El barrio nunca más va a ser lo que era, Tronco. Te lo resumo un poco.
Recién terminó el juicio y ahora empieza el mismo infierno. Todo se estaba desarrollando normalmente. La Doña Coquita que presidía el jurado junto al Felipe que se había escapado para el juicio y el Capitán. Sí, Tronco. El mismísimo Capitán estaba sentado al lado de la Coquita como uno más del tribunal. ¿De no creer, no? Fue una gran sorpresa para todos. Nadie sabe como hizo para estar ahí porque no pudimos charlar ni antes ni después. Pero ahí estaba. Impoluto como siempre. Con esa impronta que lo caracteriza.
Del otro lado estaban el Pirata y la Matilde. Los acusados. La Doña Coquita le indicó al Felipe que nombrara los cargos contra esos dos y dio comienzo a las preguntas. Los acusó a los dos de no respetar los códigos de convivencia del barrio, de agitar, de provocar destrozos y de resistirse a las autoridades. Dijo que la pena era que tenían que presentarse solos a la Perrera y pasar allí un tiempo. El Pirata pidió clemencia y que no sean tan injustos con él alegando que había actuado baja influencias. Malas influencias, dijo, de los galgos sarnosos esos. Se basó en la cláusula de Obediencia Debida. La Doña Coquita escuchó todo y le preguntó al Capitán si tenía algo para agregar. El Capitán se paró y con voz pausada, serena y segura dijo que si fuera por él, no los metería a la Perrera al Pirata y a la Matilde, sino que los condenaría a trabajos comunitarios en el barrio. Que era demasiado meterlos adentro. Que todos se merecían una segunda oportunidad.
¿¡Para qué!?, Tronco. Fue la chispa que incendió el fuego. A la Doña Coquita se le salieron los ojos para afuera y lo encaró directamente al Capitán.
— ¡Una segunda oportunidad mis tetas! —gritó. ¿Quién sos vos para pedir segundas oportunidades? ¡Justo vos! No tenés cara.
Todos quedamos en silencio. Re cagados. Nunca había visto esa cara en la Coquita. Estaba loquísima. No paraba de gritarles cosas al Capitán. Se ve que lo del pasado volvió a salir a la luz, Tronco. La Doña Coquita no es una perra de olvidar y menos de perdonar.
El Pirata no sabía que hacer. Estaba ahí parado con una cara de boludo bárbaro, buscando ponerse de un lado pero no tenía idea de cuál. Hasta que el Capitán explotó. Sí, Tronco. El Capitán. Empezó también a los gritos. Nunca se lo vio así. Estaba fuera de sí.
—¿¡Y vos que mierda me venís a decir ahora?! — le gritó a la Coquita—. Que te fuiste de un día para el otro y me dejaste sólo como un perro malo. A la buena de Dios.
—¡Me fuí porque vos te revolcaste con esa cajetuda y me dejaste en ridículo adelante de todo el Barrio!
—Sabés que eso no es verdad.
Y así siguieron un buen rato, Tronco. Se sacaron todos los trapitos al sol en el medio del juicio. Todos fuimos testigos de las cosas que pasaron entre ellos.
—¡Basta! —gritó de pronto el Capitán—. Me voy a la mierda. No quiero escucharte un segundo más. Estás más loca que una cabra.
Y se fue puteando. Lanzando tarascones e insultos al aire. Nada propio de él. Estaba sacado.
Pero esto no terminó ahí. Mientras la Coquita y el Capitán se peleaban y, aprovechando el desconcierto de todos, la Matilde y el Pirata se fugaron. Desaparecieron. Se hicieron humo. Cuando se calmó un poco todo y la Coquita se dio cuenta de esto, se puso re furiosa.
—¿¡Qué alguien me diga donde mierda están los acusados!?
Nadie dijo ni mu. No sabíamos que contestarle. Todos estábamos tan sorprendidos como ella.
—¡Se escaparon! Esos sarnosos se escaparon. Quiero la cabeza de los dos en una bandeja. El que me los traiga se asegura comer carne de la buena todos los días por el restos de sus vidas. Esa es la recompensa.
Y así fue como todos nos miramos y salimos disparados para cualquier lado. Algunos locos los escuché decir que iban en busca del Pirata y la Matilde. Pero yo no soy tan suicida, Tronco. Yo me rajé y nada más y me vine con vos a contarte todo.
Che. Me parece que tenemos que ir los dos con el Capitán. Nos necesita. Yo se que vos no podés salir pero busquemos una forma. Ya que están tan de modas las fugas, hagamos una y vayamos a hablar con nuestro mentor.
¿Que me decís?
FIN DE LA SEGUNDA TEMPORADA
(Sí. Ya sé. Me tendría que poner a escribir la tercera parte… Estamos en ello.)
Pila Gonzalez
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