Me calmé. Más por calmar al resto que por hacerlo para mí. Todavía retumbaba el grito en el gimnasio del Club Independiente de Chivilcoy. Estaban todos asustados, llamando ambulancias al por mayor. Yo no. Yo estaba tranquilo. Quizás fuera porque no me dolía. Estaba caliente. No del verbo “enojado” sino del verbo “veinte minutos corriendo detrás de una pelota”.
Mi amigo Tambor comprendió al instante la gravedad de la situación y tiró un chiste para descomprimir.
—Pónganle dos palitos de helado de cada lado y que siga jugando.
Nadie se rió. Yo sí. Estuvo rápido y original. Este Tambor siempre con sus ocurrencias.
Grité cuando me di cuenta de que me había quebrado el tobillo. Repito; no me dolía, pero me vino el grito a la garganta y tuve que escupirlo con todas mis fuerzas. Enseguida supe que estaba quebrado. El hueso que sobresale en los tobillos normales estaba casi por el talón y tenía una forma rara. El cirujano en el sanatorio, antes de operarme, me diría que lo que me pasó fue un “perro verde”. Yo lo quedé mirando.
—Por lo extraño —completó—. Nunca vi nada parecido.
Eso me llenó de alivio y trajo la paz interior que tanto andaba buscando antes de entrar al quirófano. Estoy siendo irónico, claro está.
Mientras las rodillas de mi rival impactaban sobre mi pie, yo intentaba en vano cubrirme del pelotazo. Más tarde me dijo que se había resbalado y le creí. Más tarde me llevó medio kilo de helado de Trapani al Sanatorio y lo perdoné.
La pelota se me había ido larga cuando me pasé a uno. Sabía que no la alcanzaría antes que mi rival, por lo que hice lo lógico: me cubrí la cara y me di vuelta. Pero el pelotazo nunca llegó. Lo que si llegaron fueron dos rodillas que impactaron de lleno contra mi tobillo derecho.
El partido lo teníamos controlado. Era muy probable que ganásemos. De hecho, lo hicimos. Porque después de mi incidente el partido siguió y logramos una victoria contundente. De esto me enteré en el Sanatorio horas más tarde. Ese día había hecho un par de goles antes de la lesión. Iba primero en la tabla de goleadores. Por esto, creo, me sentía con la confianza como para tirar una gambeta en la mitad de cancha.
Cuando empezó el partido sabía que íbamos a ganar. Estaba jugando con mis amigos y nos estábamos divirtiendo mucho. Representábamos a la Colonia de La Bancaria. A pesar de que ni Repe ni Tambor ni yo trabajábamos en esa Colonia, ni en ningún Banco, nos había convocado Carlitos para jugar como refuerzos en ese torneo.
Por la tarde había trabajado en OSDE y me habían comunicado que me trasladaban por una semana a la Filial de La Plata. Me pagaban un hotel, viáticos y desarraigo. Esto me hizo dudar de si renunciaba a OSDE para volver con Amado que me había ofrecido trabajar devuelta para él por el mismo sueldo que tenía en OSDE más un auto que me prestaba. Era menos presión e iba a estar más relajado y con auto.
Tenía muchas ganas de renunciar a OSDE. No me sentía a gusto. Lo estaba sufriendo demasiado. También tenía muchas ganas de volver a trabajar a la empresa de Juan Carlos Amado. Ya había trabajado para él hacía un par de años. Era todo un dilema.
Empezaba el año 2010.
Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.
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Pila Gonzalez
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