El regreso de la Doña

Tronco, ¿Sabés lo que me enteré? No lo vas a poder creer. Se anda diciendo por el baldío que la Coquita va a volver al barrio. Se dice que le van a dar la condicional en la perrera porque no la pueden tener más ahí. Cuentan que está más brava que nunca y ya no saben qué hacer con ella. Por eso la van a soltar. Por acá andan todos cagados. Y te digo la verdad, por un lado estoy contento con que vuelva, así ese Pirata no se sigue haciendo el capo del barrio. Cuando la Coquita controlaba todo esto estábamos mejor, Tronco. Todos conocían sus límites. Aunque era pesada, pesada la guacha esa. Dicen que ahora se hace llamar “Doña Coquita”. Imagináte.

¿Te acordás, Tronco, cuando le arrancó un pedazo de cola a la Matilde? Que quilombo se armó ese día. Aunque te digo que la Matilde se lo merecía por perra putañera. Fue por el temita ese con el Capitán. Desde ese día que la Matilde ni lo volvió a mirar al Capitán.

¡El Capitán, Tronco! ¿Estará enterado de la noticia de que vuelve la Coquita? Como se va a poner. Fue fuerte lo que hubo entre ellos. Eso sí, eran dos polos opuestos, pero como se querían esos dos. El Capitán siempre un señor. Pacifico, filosofo, con esas palabras que sonaban raro pero que eran tan bonitas a los oídos. Siempre un consejo justo para cualquier situación. Y la Coquita, bueh. Renegada, agresiva, imponente, Encaradora, chispita. Saltaba por cualquier cosa. Ya controlaba el barrio en esa época. Y como lo tenía al Capitán. Celosa se ponía por cualquier cosa. Si hasta le teníamos que pedir permiso a ella con anticipación. Nosotros, Tronco, sus fieles, para juntarnos un rato a charlar con él teníamos que sacar turno con ella. Y cuando se enteró lo de la Matilde con el Capitán. ¡Mamita! Como se puso. Nunca sentí tanto miedo ajeno como en ese tiempo. La Matilde, vicha como siempre, se fue un tiempito con el Perico a los campos, y cuando regresó se pensó que la Coquita se había olvidado del asunto. Pero no, Tronco. Estuvo todo ese tiempo acumulando bronca la loca. Y cuando la vió venir caminando por la Calle 30, con sus tetas por el piso como una diva, se le fue directo al humo. La de polvareda que se levantó. Todos fuimos a tratar de separarlas pero era imposible. Ya se habían trenzado las guachas. El Chuzo que gritaba “Amor y paz, señoras. Amor y paz”, mientras se ligaba algún que otro tarasconazo. El Capitán que también gritaba algo acerca de la cordura de dos damas y la contemplación de no sé qué. Nadie le entendía un carajo lo que decía. Si hasta salieron a la calle el Gordo, el Colorado y la vieja de la casa gris claro con una escoba.

Como se dieron, Tronco. Mejor dicho. Como cobró la Matilde. Encima cuando las separaron le gritaba a la Coquita que le había roto una uña. ¡Qué hija de mil! La Coquita, más caliente estaba. Se zafó y le empezó a masticar la cola.

—¡Con la cola no! ¡Con la cola no! —gritaba la Matilde.

—Yo te voy a enseñar cuantos pares son tres patas —le decía la Coquita mientras escupía pedazos de pelo por la boca.

¡No! Si esa época era jodida, Tronco. Pero segura. Hay que reconocerlo. Vos podías salir a caminar solo por el barrio a la hora que se te cante y no te pasaba nada. Nadie te molestaba.

Bueno, yo por las dudas que sea cierto que vuelve la Coquita me voy preparando. Hay que ir con respeto de una con esa perra. Encima ahora debe estar más vieja y renegada que antes. “La Doña”, Tronco. No te olvides. Hay que llamarla “la Doña”.

El Pirata se va a llevar una, mirá, que ni te cuento. Ya me lo imagino al mastodonte bruto ese. Corriendo para todos lados. Jajá. Que perro más bobo… ¿Qué, Tronco? ¿Qué pasa?… ¿Qué me haces así con la geta? ¿Qué…? ¿No me digas que está el Pirata otra vez atrás mío?… ¡Qué boludo que sos, Tronco! No tiene gracia. Con eso no se jode. Andáte a cagar.

Pila Gonzalez

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Me gusta lo simple. Juntarme a comer y tener una buena charla con mis amigos, salir a correr, sentarme a leer en un parque, escribir en cuadernos, recorrer lugares caminando. Enamorado de los Balcanes, me autodenomino un catador de cafeterías por el mundo.
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