¿Sabés, Tronco? Estuve con el Perico y me invitó a que me vaya un fin de semana de estos a los campos con él. Me habló de acampar cerca de la laguna, de pescar, de corretear libres por el bosque, de hacernos un tratamiento de barro para el pelaje y no sé qué otras cosas más. Parece interesante. Para despejarme un poco del barrio, ¿viste?
Igual, no sé si dejar todo así. No vaya a ser cosa que aparezca un perro nuevo por acá y cope la parada. Hay que marcar territorio seguido en estos tiempos. No está fácil la cosa. Cualquier famélico se hace el Rintintín hoy en día.
Con la Lolita, ahí estamos. Histeriqueándonos como dos adolescentes enamorados. Se sigue haciendo la difícil, la gata. La otra noche me le aparecí en el parque ese que está pasando la vía, donde la empezó a llevar el Gordo. Primero me le escondí detrás de un tobogán y le chistaba. Miraba para todos lados la loca. No sabés lo gracioso que era. Levantaba la trompita y olisqueaba el aire toda desesperada. Yo no daba más de cagarme de risa solo, ahí escondido. Hasta que se me dio por hacerme el romántico, Tronco. Me trepé al tobogán y desde arriba le empecé a ladrar. Cuando me vio, hermano. No sabés como se puso.
—¡Manchitas. Bajáte de ahí que te vas a romper el alma, por el amor de Lassie! —me gritaba.
Yo en lugar de bajarme, me deslicé despacio por el tobogán, cual Romeo en busca de su Julieta, pero cuando estaba llegando al piso el que me estaba esperando era el Gordo. Me dio un boleo en el hocico que ni te cuento. Casi me arranca la mandíbula el hijo de puta. Yo me paré como pude y me fui rajando. El Gordo me sacó corriendo pero se pegó un porrazo con el borde del arenero que se cayó de culo. Casi aplasta a un pibe. La Lolita no paraba de gritar y yo, entre el dolor que tenía en la geta y la risa que me daba el Gordo todo desparramado en el arenero, no podía más. Escupía arena por la boca el mastodonte. No sabía si reírme o llorar, Tronco. Era un espectáculo de circo eso.
Lo bueno de todo esto, ahora que lo pienso bien, es que la Lolita se preocupó por mí. En el fondo sé que me quiere la chiquita. Ahora, lo malo es que tengo que andar como en ocho patas con el Gordo. También, ¿qué querés? me pasé tres días tomando sólo agua del pozo por la patada que me dio ese animal.
Sabés que estoy dispuesto a todo por esa perrita, Tronco. No me importa nada. Estoy reloco de amor. Una patadita en el hocico no me va a detener a mí. Al Manchitas. Justo. El amor es más fuerte, Tronco. Y me voy porque de tanta poesía me empezaron a sangrar las encías de acá abajo.
Nos estamos viendo, viejo. Saludos a la Panchita.
Pila Gonzalez
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