Hay dioses para tirar para arriba, escribió Martín Caparrós en una de sus columnas en el Diario El País de España, y la oración —en el sentido gramatical de la palabra— me quedó resonando en los oídos de mi alma no creyente. Así, sin más, me fui a buscar en Google —el Dios de Internet— y descubrí una cifra que me dejó absorto. Sabía que había muchos Dioses dando vueltas por el universo, y que algunos hasta se habían ido jubilando como Zeus, Poseidón o la mismísima Pachamama, pero lo que no me imaginaba era la existencia de una enorme cantidad de deidades.
Por poner un ejemplo al azar, sólo en la India se cuentan más de 300 millones de estos seres omnipotentes. Casi todos sus fieles son politeístas, es decir, que creen en más de un Dios y entre ellos son todos amiguitos. Pero ojo que también, el segundo país más habitado del mundo, supo inventar una de las religiones monoteístas más influyentes y cool de los últimos años: el Budismo. Démosle algo de crédito. Ya sé que pueden saltar los ortodoxos de siempre y argumentar en contra del Budismo que es una de las religiones flojitas, de las light, de las que están de moda, de las que es fácil entrar y salir sin ninguna consecuencia, ni terrenal ni mística. Pero, bueno, que se le va a hacer. Creer o reventar.
Me parece, tengo la sospecha, de que cuando el ser humano no supo contestarse ciertas preguntas existenciales se creaba una de estas religiones para darle sentido a sus vidas. Así fueron naciendo la mayoría de las que hoy en día siguen en vigencia, como la Iglesia Maradoniana, Los Adoradores de Rambo o los que nadie les abre la puerta cuando tocan el timbre.
Por siglos, la mayoría de estás religiones, de las llamadas importantes en occidente, estuvieron marcadas por sentimientos, de los llamados malos en occidente. Miedo, culpa, deseo, lujuria, venganza. Fueron evolucionando, eso sí, no les quedaba otra. Pero, en ese camino al postmodernismo, se olvidaron de lo más significante para seguir con vida: se olvidaron de la gente que los seguía. Y si bien, tuvieron sus periodos evolutivos, estos no fueron lo suficientemente abarcativos a todos y cada uno de sus adeptos. Es que tampoco ayudaron las miradas retrogradas de sus representantes en la tierra de las Big 3, ni los curas pedófilos, ni los hombre-bombas musulmanes, ni la crueldad de los judíos contra los palestinos.
Gente grande haciendo cagada, como siempre, y encima metiendo a un Dios de por medio. Cuando se dé cuenta este Dios, si es que alguna vez se entera, de las cosas que están haciendo sus feligreses en la Tierra, van a ver qué castigo les tira. Otra que el diluvio, los latigazos o el exterminio de los cananeos. Ya van a ver.
Con la caída del Catolicismo en la bolsa de valores, con el pésimo marketing que se ganó el Musulmán por culpa de sus fundamentalistas, y con la falta de concordancia, de ideas y de la esquizofrenia del Judaísmo, el mundo se va quedando sin fieles. Al menos por estas partes del planeta. Entonces, ¿qué hacemos con todos estos Dioses que pierden a sus empleados? ¿Cómo calmamos sus iras si las personas empiezan a renunciar a sus miedos? ¿Si ya no le temen a sus venganzas?
Al final, como será de esperar, la gente se irá distanciando de estos cultos y nos acercaremos de a poco, a paso firme, a un mundo donde las religiones pasaran a ser leyendas populares, como lo fue el cuco, como lo fue el Peronismo, como lo será el infierno. Cabe preguntarse si estaremos preparados para vivir sin la protección de estos más de 300 millones de dioses. Solo el tiempo lo dirá. Yo por las dudas no me asocio a ninguna, no vaya a ser cosa que alguno de los otros 299 millones se me enoje, me castigue y me condene al ostracismo eterno.
Pila Gonzalez
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