¡No sabés lo que me pasó, Tronco! Es de no creer. A vos te lo puedo contar porque sos de fierro, pero de esto ni una palabra a nadie, ni a la Panchita. ¿Promesa?
Bueno, resulta que la otra noche andaba un poco desvelado, con insomnio o algo así, y encima estas guachas que no paraban de chuparme la sangre. Así como estaba, me fui a dar una vuelta por el barrio. ¿Y no sabés a quién me encuentro? Si, a la Lolita, y andaba sola. Se le había escapado al Gordo por entre las rejas del fondo y no podía volver a entrar. Tenés que haberla visto, Tronco. Estaba intentando cavar un pozo con sus patitas. Era tan tierno el panorama. Yo me le acerqué despacito por atrás y después de olerla un poco le digo con mi voz profunda de seductor:
—¿Andás solita, cachorra?
¡Paaa! Se me hizo pis encima, Tronco. ¿No sabes cómo se puso? Se le erizaron los pelitos de acá, del cuello. Y yo, ni te cuento. Estaba “al palo”, como dicen los cachorros hoy en día.
—¿Querés que te ayude? —le dije susurrándole en la oreja manteniéndome en personaje.
—Yo puedo sola —me contesta meneando la cola.
No sabés como me gusta que se me haga la indiferente, Tronco. La difícil. Me vuelve loco. Estaba que no daba más. Sin esperar ninguna señal, o cualquier de esas pavadas que dicen algunos, le tire un lengüetazo al cuello, justo ahí donde se le habían parado los pelitos, y ella ni se inmutó. Siguió cavando sin mirarme, pero yo la caché, Tronco. Le vi una pequeña sonrisa que se le escapaba por la comisura del hocico. Entonces sin perder más tiempo fui directo con mi trompa ahí, ¿viste, Tronco? Y la muy zorra hizo lo mismo conmigo. Una cosa de locos. Sentir su lanosa boquita recorrer mi cuerpo fue algo sublime. Extasiante. Entonces me empezó a oler la boca. Me la buscaba, Tronco, si la conozco a ésta. Yo venía de comer de la basura del baldío antes de querer acostarme, pero no me importó. Le metí lengua igual. Entonces la muy pilla me dice con su chillona y diminuta voz que si la ayudaba a entrar devuelta a su casita iba a tener una gran recompensa. Así me dijo, Tronco ¿Para qué? Me puse a cavar como un minero con mis cuatro patas. En menos de cinco minutos había hecho un pozo tan grande que hasta el Pirata podía meterse si quería, ¿y viste lo que es el Pirata? Cruza de Grandanés, el mastodonte.
—Manchitas —me dice—, vos te lo ganaste.
Ahí mismo me empieza a dar más besitos y en un momento se me da vuelta y me empieza a menear su colita. Era una pintura del Perro Picasso, una belleza sin igual, una diosa del Olimpo…
Y no pude. Para que te voy a mentir, Tronco. No pude. No sé qué me pasó pero “el amigo” no quiso funcionar. Un papelón. A todo esto la Lolita ya se había metido por el agujero y estaba ladrando como loca para que el Gordo le abra. Al rato salió el Gordo, la levantó a upa y se la llevó para adentro de la casa. ¿Pero sabés que fue lo peor, Tronco? Que antes de entrar, la Lolita se da vuelta en los brazos del Gordo, me mira fijo a los ojos y me dice:
—Buenas noches, semental.
Que te voy a decir, Tronco. Es la primera vez que me pasa.
Pila Gonzalez
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