Existe un lugar en el mundo en donde, al llegar la Noche, los sentimientos persistentes de tristeza, ansiedad y vacío se apoderan del hombre. Solo al llegar la Noche. La desesperanza, el pesimismo, la impotencia y la inquietud no nos permiten descansar como deberíamos, después de un largo día agotador y sumiso.
En ese espacio, al llegar la Noche, nos invade una pérdida de interés de las actividades o pasatiempos que antes disfrutábamos. La fatiga y la falta de energía hacen que se desee dormir con tantas ansias, pero el insomnio, les presenta cara en las puertas mismas del sueño o pesadillas recurrentes. Pero solo al llegar la Noche. En esa hora, en la que el silencio oculto detrás de cualquier rincón espera al asecho, y una vez que sale al encuentro de las almas perdidas, genera las condiciones necesarias para aplacar los miedos y entregarnos por completo al descanso. O no.
En aquel territorio somos esclavos de la Noche. Sus frías y estrechas estructuras no nos dejan ser como quisiéramos ser, o como hubiéramos querido ser. La muy denodada aparece vestida con los mejores disfraces que encuentra en su armario. A veces se presenta como Nostalgia, llevándonos por caminos de necesidad de anhelo por el tiempo perdido. Por ese momento pasado que, sabemos en lo más profundo de nuestras entrañas, que no recuperaremos jamás.
Cansados estamos de sufrir por el hecho de pensar en ese algo que, en otra etapa se ha tenido (o vivido), y ahora ya no se tiene (o no se vive). Está extinto para siempre, o lo que es peor para el espíritu masoquista del ser humano, es que ese algo ha cambiado, ha mutado de forma y aspecto y no tenemos (o tuvimos) el coraje de hacer nada para que suceda (o sucediera).
Odiamos a la Nostalgia, pero a la vez la deseamos. Sentimientos contradictorios si los hay. Y la Noche lo entiende de esta manera. ¿Cómo lo va a entender, sino? Saca a relucir sus mejores vestidos nostálgicos. Sale (o viene) a representar su mejor papel melancólico en esta obra que se ha dado en llamar Vida. Y nosotros, que somos sus víctimas preferidas, que solo pensamos que somos simples mortales condenados a la sombra, y que encima, le tenemos terror a la lobreguez, aceptamos su actuación. La condenamos, pero a la vez, la aplaudimos de pie. No nos importa hacer el ridículo ante nosotros mismos (o ante ella, la Noche). Silbamos bajo a modo de prueba de que continuamos vivos. Con miedo, pero vivos. Nostálgicos, pero vivos.
¡Ay! Como nos conoce la Noche. ¡Vaya, si nos conoce! Y cómo nos conduce hasta su guarida. Su manto de oscuridad es la pócima perfecta que bebemos todos, al llegar la Noche, con sus jugos cargados de un veneno letal, que nos va comprimiendo de a poco. La Noche hace que este elixir sea ingerido por nosotros en dulces cucharadas nocturnas, en aquel distrito, en su distrito, para sentirnos nostálgicos, hasta que venga a por nosotros, para recorrer el último pasillo oscuro en este mundo. Juntos, a la par.
Caemos siempre en sus trampas y no somos capaces de liberarnos de sus fauces. Ese sentimiento de creer que antes estábamos mejor que ahora, y que después, también estaremos mejor que ahora, son los efectos colaterales que tenemos que pagar por aceptar este exquisito narcótico.
Pero como casi siempre, y digo “casi”, porque de siete noches que tiene la semana en esta zona, por lo menos en cinco (si no me quedo corto con la cuenta) la Noche repite vestuario. La Nostalgia. En las otras trata de superarse, de innovar (a veces improvisa) otros papeles también letárgicos y altaneramente peligrosos.
A veces se disfraza de Culpa, al caer la Noche, no dejando que siquiera podamos cerrar los ojos en lo que dura su corta existencia horaria, por miedo al dolor y al sufrimiento eterno. En esas noches, en ese lugar, nos abraza con el sentimiento que ha dejado libre a la emoción negativa de experimentar la creencia de haber traspasado los límites personales de las normas éticas de convivencia con el resto de la sociedad. Aun cuando en la realidad (solo en nuestra realidad) hayamos hecho aquello por lo que nos culpamos o no, de la manera en que lo pensamos. Pero una vez que aloja la semilla de la duda y la culpabilidad en nuestro interior, es muy difícil que no llegue a germinar, porque nuestra mente es un campo muy fértil para estos cultivos, y es todavía más difícil, que una vez crecida esta especie, sus espinas de la intolerancia personal (es decir, para sí mismo), no nos vuelvan a pinchar una y otra vez a lo largo de los días (en especial, de las Noches) que nos resta por vivir.
Llega un punto en que nos debemos preocupar de verdad al llegar la Noche. Ese momento es cuando otra vez, guiados por nuestros remordimientos, bebemos otro cóctel, mucho más corrosivo y traicionero que el anterior, ya que este contiene una medida de Nostalgia, una pizca de Orgullo Perdido, y unas terceras partes de Culpa. Mezclar la Culpa, la Nostalgia y el Orgullo es nocivo para la salud. Debería estar prescrito en todos los paquetes de Vida, ya que, cuando este líquido pasa por nuestra garganta y se instala en nuestro organismo, lo inconsciente pasa a ser consciente en un santiamén y no somos capaces de distinguir entre una cosa y otra.
¡No les digo que es muy peligrosa la noche en su territorio! Nos confunde de tal modo que la consciencia moral pasa a ser la dominadora, no solo de las Noches como propias, sino de todos los días (como propios), y la vergüenza que experimentamos para con la vida, traschoca con nuestros valores más arraigados que traemos de la infancia, y es en esos instantes que nos damos cuenta inconscientemente (es decir sin darnos cuenta de manera consciente), que estamos perdidos, porque la culpabilidad mórbida no nos deja adaptar nunca al medio. Es destructiva como la peor bomba jamás creada por el hombre, porque ésta actúa como implosión.
Pero al atuendo que más respeto le tengo a la Noche, es al traje de la Soledad que se pone de vez en cuando, en los momentos que se encuentra aburrida de representar siempre los mismos papeles. Esta Soledad nocturna, con lentejuelas y encaje, permanente e imperante, por elección o por imposición. Es la madre de todas las Noches. Cuando aparece vestida de este modo, no nos deja otra alternativa que resignarnos a una enfermedad con muy mala prognosis si no sabemos distinguir lo bueno de lo malo de este ajuar.
¿Hay esperanzas? Claro, que las hay. ¿Podemos escapar a la Soledad? No, no podemos, pero podemos aceptarla tal y como es. Podemos convivir con ella, entendiendo que, aunque estaremos aislados del mundo sin comprender por qué, y el dolor sea tan intenso que deseáramos que salga el sol en el medio de la madrugada, seremos capaces, y tendremos el tiempo suficiente, que no tienen los condenados a muerte, para enfrentar a nuestros miedos más profundos, a aquellas Noches que vengan vestidas de Nostalgia, de Tristezas, de Angustias, de Culpas o de lo que quieran venir, como nunca antes los hemos enfrentados. Tendremos el valor necesario para decir que, aunque hemos tocado el fondo de la Noche, somos otra persona que ya no le teme a estar solo. Porque desde la Soledad consciente de las noches solitarias, ha salido la mejor versión del hombre.
Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.
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