—¿Por qué escribís?—me pregunta la hoja en blanco de mi cuaderno.
No supe que contestarle. Nunca me habían hecho esta pregunta y tampoco nunca me había puesto a pensar en una respuesta. Así que me la quedé mirando. Viendo los renglones que poco a poco iban incorporando palabras. Palabras salidas de una lapicera negra que me habían regalado cuando me recibí de Licenciado en Administración en 2009. En ese entonces no escribía. Ni siquiera se me pasaba por la cabeza la idea de ser algún día escritor. Mucho menos me imaginaba que, cinco años después de obtener ese título, iba a estar publicando mi primer libro de cuentos.
—¡Pará un poco! —me interrumpió la hoja de mi cuaderno—. Te estás yendo del punto por el que empezaste a escribir este texto. Te hice una simple y sencilla pregunta: ¿Por qué escribís?
—No sé qué contestarte —le digo (o le escribo).
Porque creo que me gusta. Porque me parece que me hace bien escribir. Me centra. Me mantiene activo. Me estimula. Me hace ser más creativo, o eso creo.
—¿¡Qué carajo sé por qué escribo!?
—¡Pará loco! No te enojes. La respuesta que me diste es un principio. Por algo se empieza. Es una punta de donde agarrarnos. Pero todavía falta mucha más reflexión en la respuesta. Te faltan más sentimientos genuinos. Te hace falta profundizar.
—Es que me agarraste de sorpresa y además estoy falto de entrenamiento. Dame tiempo para procesarlo.
—Está bien. Te doy tiempo para que analices y me respondas a la pregunta: ¿Por qué escribís?
Para empezar puedo decir que siempre me gustó escribir, o por lo menos siempre me sentí muy cómodo con una lapicera en la mano y una hoja en blanco para llenar con palabras. Me acuerdo de los parciales de la universidad. ¡Como volaba esa escritura! Eran textos técnicos y muy específicos, eso sí. Poca literatura y poca ficción (…bueno, más o menos), pero me gustaba cuando “soltaba el brazo”. Así lo llamaba yo. Soltar el brazo. Era una sensación de libertad absoluta. Parecía como si mi mano y mi cerebro firmaran un pacto para que en las próximas dos o tres horas, o lo que duraba el examen, ellos se hacían cargo de todo mi ser. Yo los veía trabajar desde lejos. Era un simple espectador que disfrutaba de su labor en equipo.
Era muy loco. Ahora que lo recuerdo, me veo sentado en un pupitre incomodísimo de la universidad, escribiendo en una hoja rayada de cuaderno grande. Mejor dicho, o mejor escrito, veo como mi cerebro le va ordenando a mi brazo y éste, a su vez, le transmite a mi mano lo que tiene que escribir. Que bello recuerdo.
—¡Ahí está! Escribo para recordar. Escribo para tener sentimientos.
—Eso me gusta más…
Sí. Escribo para que los recuerdos se materialicen en sentimientos y no queden en el olvido.
—¿Ves que cuando querés podés?
Qué lindo que es escribir y que los sentimientos que creí perdido aparezcan, como un viejo amigo que no ves desde la primaria y un día te lo encontrás en un café y te ponés a charlar por horas.
—Perfecto. Me gusta. Sí. Sí. Me gusta. Ahora quiero saber más sobre esto. ¿Por qué escribís?
Después de la universidad no volví a sentarme (Iba escribir: “sentirme”. Acto fallido). Decía que no volví a sentarme a escribir. Tuve mi periodo de editor en un periódico en Chivilcoy, pero sólo fue una etapa de copiar-pegar-corregir-adaptar textos y en algunos poquísimos casos, escribir. Pero no lo tomo como una etapa de escritor. No me desarrolló como tal. Aunque creo que me dio un puntapié para comenzar otra etapa. Además no escribía en un cuaderno, sino que lo hacía directo en la computadora y me parece que me gusta más escribir en cuadernos. A la vieja escuela. Y soy medio pretencioso, porque necesito que sean cuadernos de tapa dura o semidura. En cambio escribir directo en una computadora me resulta impersonal.
—¡Eso! Escribo para personificarme.
Escribo para estar en el presente. Si bien viajo al pasado de mis recuerdos para buscar material y al mundo de mis fantasías, cuando escribo, cuando la tinta va completando la hoja, estoy ahí. Estoy en el presente. Soy un espectador porque sigo con esa manía de mirar como mi cerebro ordena y mi brazo ejecuta, pero ahora estoy con ellos. Vivo en el mismo momento. Disfruto con ellos. Me canso con ellos.
—Ahí está. Te podría decir que escribo para vivir en el presente.
—Bien. Otro buen punto. Ya tenemos varias aristas, pero falta. No me conformo solo con eso. Sé que hay más ahí adentro. Deja que en ese equipo de cerebro-brazo-mano y vos entre un nuevo integrante: el corazón. Y que entre todos me respondan: ¿por qué escriben?
—Ok. Vamos a tratar de seguir por ahí.
Luego vino mi etapa de viajero por el mundo. La apertura de un par de blogs y fue allí cuando empecé a disfrutar de la escritura. En ese entonces escribía para que me lean personas de diferentes partes, culturas. No sólo escribía para que me lean mis amigos, como solía pensar al principio. Quería ser reconocido como escritor y decidí entrar en este mundo a través del universo blogeril, si me permitís el término.
—Te lo permito.
Hasta que llegó un momento crucial en mi corta vida como escritor; cuando decidí escribir un libro. Al principio iba a ser una novela. Recuerdo que estando de vacaciones en Fiji se me pasó por la cabeza empezar a escribir una. Tenía una idea que andaba dándome vueltas desde hacía un tiempo. Hasta recuerdo el primer capítulo que escribí de mi supuesta novela. Pero después cambié de parecer y me volqué por los cuentos. Quizás por pereza. Quizás porque no tenía la disciplina para encarar una historia larga. Era mucho esfuerzo, por lo que decidí escribir cuentos cortos. Era lo más fácil y me salían de una sentada. Así que podía ver el producto de mi creación terminado el mismo día y eso era una caricia a mi armonía.
Ahí escribía porque me sentía cómodo. Me gustaba terminar un cuento y, así como estaba, sin edición ni correcciones de ningún tipo, enseñárselo a mi ex novia. Podía afirmar que había hecho arte y tenía como demostrarlo al instante. Fue una buena época. Estaba muy inspirado y concentrado. Salían cuentos como si de una fábrica se tratara.
No me puedo dar cuenta por qué más escribo. Quizás por arte. Por reconocimiento. Para demostrar algo. ¿Qué se yo? No sé. Escribo porque me gusta y por todo lo que dije antes.
—No te podés quejar. Deben ir más de mil palabras y todavía sigo aquí. La lapicera continúa deslizándose por tus hojas. Así que voy terminando.
Escribir me hace muy bien y voy a seguir haciéndolo hasta que me muera. Voy a seguir llenando cuadernos con palabras porque es lo que me gusta hacer. ¿Será mi destino?, ¿será mi vocación?, ¿se transformará en mi profesión? No lo sé y no me importa responder a esas preguntas ahora. Cuando estoy cómodo no me gusta ponerme a filosofar porque me genera un esfuerzo inútil que me quita del eje.
—Espero que te hayan gustado éstas líneas. Desconecto a mi cerebro y le doy descanso a mi mano. De a poco iré incluyendo al corazón en mis textos.
Me despido parafraseando a Kobe Bryan cuando se retiró: “What can I say? Pila out“.
—Muy bien. Descanse soldado.
Pila Gonzalez
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