La cuchita tiene códigos

¿Sabés como soy yo, Tronco? Vos me conocés bien. Soy una chispita. Me das media manija y te me voy al humo. Pero con el Pirata es distinto, ¿viste? Uno no se lo puede tomar a la ligera al vago. Tiene calle. Tiene barrio y me saca como tres cabezas. ¡No! Yo tampoco soy un kamikaze. Aunque tendrá todo lo que vos quieras ese Pirata, pero no tiene lo fundamental para ser un callejero. Le faltan códigos.

¿Vos te estarás preguntando a que viene todo esto? Resulta que ayer me tocó un día muy duro. Me la pasé pateando la calle de acá para allá. Encima recibí un par de piedrazos en las costillas a traición de los borregos esos que se juntan a tomar cervezas en la esquina de la casa del Capitán. Así cansado como estaba me fui para el baldío. Y, ¿viste que entre nosotros hay códigos, Tronco? Pero que te voy a decir a vos, si no conozco un perro que tenga más códigos que vos. Sí, no te hagas el modesto, Tronco. Vos sabías cuales eran tus límites. Respetabas a los otros. Y también sabés bien que, aunque somos callejeros y podemos dormir en cualquier parte, la cuchita, la que se llama cuchita, es sagrada y se respeta. La mía está en el mismo lugar de siempre, desde hace años que tengo ese buzo de arquero viejo tirado al lado del ombú que está en el baldío, cerca de la tranquera que da a la Calle 30.

Bueno, cuando llegué ayer al baldío me los encuentro tirados en mi cuchita a la Matilde y al Pirata muy panchos los dos. Habían estado haciendo cositas los guachos y ahora estaban descansando sobre mi viejo buzo de arquero. Yo respetuosamente les dije si se podían ir a otro lado a dormir, que ese lugar era mi cuchita, hasta les pregunté si no habían olido mi orina en los tronquitos de al lado. ¿Y sabés lo que me contestó el Pirata?

—¿Ese perfume de hembra era tuyo?

Y la Matilde se empezó a cagar de risa con esa voz ronca que tiene.

Yo estaba hecho una furia, Tronco. ¿Te imaginás? Pero traté de mantener la cordura. Alguien tenía que hacerlo en esa situación. Hasta que el Pirata se puso de costado y se rajó un sonoro pedo, causando otra vez la carcajada de la Matilde. Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Lo miré a los ojos fijamente y le dije:

—O se van ya mismo de mi cuchita o…

—¿O qué? —me interrumpió el Pirata, poniéndose de pie con sus cuatro musculosas patas al tiempo que acercaba su hocico al mío, agachando un poco el cogote para quedar a mi altura.

—O se van a llenar de sarna. Me agarré una por el campo del Perico el otro día y estoy que no paro de rascarme.

—¡Sarna! —gritó el Pirata y se empezó a rascar por todos lados.

Tenías que haberlo visto al grandulón. Parecía una marioneta bailando.

—Matilde. Paráte y vámonos ya mismo de esta pocilga. No sé para qué me trajiste a este lugar con lo grande que es este baldío —dijo el Pirata mientras se iba seguido de la Matilde de atrás con las tetas colgando que le rozaban el piso.

Yo en el fondo sabía que todo esto había sido idea de la Matilde. Son vichas, Tronco. Con todo respeto a la Panchita que es una santa, pero el resto son vichas. Son zorras las minas. A veces pienso que no las necesitamos, si llegamos solitos ahí abajo sin ningún esfuerzo. Pero, ¿qué se yo?

Lo de la sarna era mentira. Quédate tranquilo, Tronco. Fue un truco que se me ocurrió para engañar al boludo del Pirata. Ese Pirata lo que tiene de músculos le falta de cerebro al muy bruto. Mirá que creerse lo de la sarna. Que grandísimo tonto que es.

¿Qué pasa, Tronco? Te veo distraído. ¿Qué hacés con la geta, boludo? Dale, dejá de hacerte el payaso que te vas a quedar bizco ¿Qué estás mirando?… Ahhaha, Pirata querido, viejo y peludo nomas, conque ahí estabas. ¿Sabés que justo estábamos con el Tronquito, lo conoces… este viejo lobo de mil batallas… lo pícaro que era de joven el guacho, jajajaja… eh… estábamos con el Tronquito hablando de lo musculoso y de lo inteligente que sos?

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La soledad del alma

Pila Gonzalez

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