¿Alguna vez les pasó que tuvieron que pagar una coima por una cagada, literal? Bueno, a mí sí.
Eran las cinco de la mañana y estaba sentado en una combi viajando desde Malasia hasta Tailandia. No sé si fueron los nervios de pisar un nuevo país, la Coca Cola con papás fritas que había comido de desayuno, los jugos frutales exprimidos que había tomado en los puestos callejeros de Penang la noche anterior o la comida picante de los restaurantes indios-malayos, pero la cuestión fue que a los diez minutos de viaje hacia la frontera siento un fuerte revoltijo en mi panza. Algo en mi interior quería salir y lo quería hacer en ese momento. No estaba dispuesto a esperar. Un incómodo sentimiento inundó mi cuerpo.
—Me hago encima, le dije a Laura, mi ex novia, con el último esfuerzo que tenía para pronunciar palabras.
Ella me miró, fijo, con los ojos muy abiertos. Sin dudarlo un instante le pidió por favor al conductor que frenara urgente. El chófer, con muy poco inglés, le explicó que estábamos cruzando un puente y que no había sitio donde parar. Laura le imploró, le rogó, le suplicó explicándole que era inminente frenar porque su novio, o sea yo, se cagaba encima arriba la camioneta ante la atenta mirada de las más de veinte personas que viajaban junto a nosotros. El conductor notó la desesperación en la voz de Laura y, ni bien tuvo la oportunidad, frenó en una estación de servicio sobre la autopista. Yo bajé corriendo, empujando a todos en mi marcha. Apretando los glúteos. Frunciendo y desplazándome como una Geisha en apuros. Cuando llegué al bendito baño, evacué todo eso que me estaba molestando. Fue un gran alivio. Una sensación única e irrepetible.
Después de cuarenta y cinco minutos, y un certero manguerazo, ya que no había, como era de esperar, papel, solo una manguera colgando al lado del inodoro, volví con una sonrisa de oreja a oreja.
Continuamos hacia la frontera. Las personas que viajaban con nosotros me miraban con una mezcla de compasión y temor. Retomamos la autopista y un patrullero nos hizo seña de parar. El conductor frenó y se bajó porque los policías le ordenaron que haga eso. Se puso a hablar con el oficial a cargo. Hacía ademanes ampulosos con los brazos, nos señalaba, se agarraba la cabeza. De pronto volvió con cara de enojado. Abrió la puerta y sin ningún pudor me gritó directo a la cara:
— “¡Estaba prohibido frenar en la estación de servicio y ahora la policía me está pidiendo una coima! ¡Tu cagada me va a costar muy caro!”
Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.
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Pila Gonzalez
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