Decidí ir a visitar a la bruja de mi suegra. Luego del trágico accidente que sufrieron mi esposa y mi suegro resolvimos, junto a mis hijos, llevarla a un hogar de retiro. Había quedado sola en el mundo y no tenía más familiares que nosotros. Aunque, a decir verdad, nunca la consideré parte de mi familia. ¡Me hizo la vida imposible desde el momento que conocí a su hija! Siempre se opuso a nuestra relación y no escondía sus sentimientos de desprecio para conmigo. Por eso la llamo “la bruja”.
En fin, mis hijos me insistieron tanto que terminé cediendo y acá estoy, dudando si bajo o no del auto. Todavía recuerdo sus súplicas.
—Papá, te manda cartas todas las semanas para que vayas a verla. Hacelo por mamá.
Liliana fue mi único amor. Fuimos el uno para el otro siempre. Desde que se fue, hace nueve años, me falta una parte de mí. Sólo me quedan mis dos hermosos hijos, ya casados ambos, que vienen a visitarme todos los domingos. A Liliana la extraño mucho. Trato de seguir adelante por ellos, pero es muy difícil aguantar semejante dolor. Lo llevo como puedo e intento que nunca me vean mal. No quiero preocuparlos por nada, y mucho menos, recordarles a cada rato la muerte de su madre.
Con Liliana estuve casado veintidós años, tres de novios, es decir, veinticinco años aguantando a ese ser despreciable que es su odiosa madre, y cuando consigo librarme de la bruja de mi suegra, pagando un costo altísimo por ello, me vuelve a atormentar para que la venga a ver. Seguro es para reprocharme o echarme la culpa de algo.
—¿Usted es el hijo de Doña Elsa? —me pregunta una enfermera que había salido a mi encuentro.
—No. Soy el marido de su hija.
—Venga. Pase. Lo está esperando en el salón.
Ahí estaba. La Bruja. Sentada en un rincón, mirando por la ventana hacia la calle, con su típico halo de maldad que siempre la caracterizó. Le hace señas a la enfermera para que nos deje solos y vuelve la vista hacia el exterior. Yo avanzo hacia ella.
—Hola Ricardo.
—Hola Elsa. Le mentiría si le dijera que me alegro de verla —el que pega primero, pega dos veces.
—Tomá asiento si querés —me dice como si no hubiera escuchado mi comentario y señalándome un sillón al lado del suyo—. ¿Vos te preguntarás para qué te hice venir?
—Sólo vine porque me insistieron mis hijos —le aclaro mientras me siento, cruzo las piernas y me pongo a ver por la ventana.
—Mirá Ricardo, voy a tratar de hacértela corta.
—La escucho.
—La historia que te voy a contar no va a durar más de cinco minutos. Después te podés retirar y no volver nunca más, como es tu anhelo.
Estuve tentado en decirle que mi deseo era no haberla conocido nunca, pero me contuve.
—Como hice con todos los anteriores novios de mi hija —arrancó a hablar sin preámbulos—, decidí investigarte desde que ella te presentó en nuestra casa. Pero había algo en vos que me resultaba un tanto extraño. Algo que no había notado en todos los anteriores. No me gustabas. No sabía porque, pero tenía la horrible sensación de que escondías algo.
—¿De qué está hablando, Elsa? ¿Me investigó?
—Es lo que haría cualquier madre por el bienestar de su hija.
Su mirada se clavó en mis ojos. Es la primera vez que lo hace desde que llegué. Al no obtener ninguna respuesta de mi parte vuelve a mirar hacia la calle y continúa con su relato.
—Le pedí a unas amigas que te siguieran y me recolectaran toda la información posible de vos, pero las muy inútiles no pudieron conseguir nada importante, así que decidí tomar el toro por las astas y salir yo a realizar este trabajo.
—¿Era necesario tomarse semejante molestias? ¿Por qué no contrató a James Bond mejor?
—Veo que tu sarcasmo se ha ido perfeccionando con los años.
—Y yo veo que su maldad está llegando a niveles que hasta el propio Lucifer está temblando de miedo porque le quiten su puesto en poco tiempo.
—¡Si supieras todo lo que tuve que soportar en mi vida tendrías un poco de compasión para conmigo!
—¿Compasión? Si me hizo la vida imposible desde siempre. Me trató como una basura. A ver, vamos haciéndola corta que no tengo todo el día para desperdiciarlo. ¿Qué fue lo que descubrió de mí que la hizo odiarme tanto?
—Bueno… yo tampoco pude descubrir nada. Parecías impoluto a simple vista. Tenías un trabajo estable en una buena empresa, una casa propia, un auto, hasta tenías una mascota. Pero yo no me tragaba toda esa pantalla. Sabía que en el fondo no eras quien decías ser. Así que, sí, contraté a una persona que se encarga de investigar gente.
—¿Un investigador privado? Ah bueno, se hizo profesional la cuestión… y personal.
Sin escuchar mis palabras y mirando siempre hacia la calle, siguió hablando.
—A la semana se apareció en mi casa portando una carpeta con toda tu vida. A qué escuela fuiste, tus novias anteriores, tus empleos anteriores, lo que hacías en tus ratos libres, etcétera, etcétera, etcétera. Obviamente la analicé con delicado detalle. Cuando estaba llegando al final, el investigador me detuvo y me dijo: ‹‹Lo que viene es la frutilla del postre, pero le advierto que puede ser duro››. Le había pagado mucho dinero como para no seguir con la lectura, y sus dichos no hicieron más que intrigarme. Cuando terminé de leer la carpeta sentí una fuerte puntada en el pecho. El mundo se me vino abajo. No podía soportar lo que estaba leyendo, y tenía que impedir que siguieras de novio con mi hija. Hice todo lo posible pero la pobrecita ya se había enamorado de vos.
Hizo una larga pausa mientras yo me quedé sin saber que decirle. En realidad, podría decirle muchas cosas indecorosas, pero preferí callarme y ver hasta donde llegaba toda esta locura.
—Traté de separarlos de mil maneras —continúa— pero todos mis intentos fueron en vano. Así que me guardé este secreto para mí, con la intención de llevármelo a la tumba. Pero ya no puedo más… realmente ya no aguanto más.
Se llevó las manos hacia su rostro y rompió en un llanto desconsolado. Yo, que venía siguiendo el relato con poco interés, me sobresalté sorprendido porque era la primera vez que la veía llorar. Ni siquiera en el entierro de su hija y de su esposo derramó una lágrima.
—¿Qué pasa Elsa? ¿Qué está pasando? ¡Hable por favor!
—¡No es justo! ¡Por Dios, que no es justo! ¡Te odio! Te odio tanto… pero más me odio a mí misma… tendría que haber hecho algo cuando pude, ahora es demasiado tarde.
—¿Qué tendrías que haber hecho qué?
—Ahora es demasiado tarde… demasiado tarde. El daño ya está hecho… el daño… Pobrecita mi chiquita… ¡¿Por qué?! ¡¿Señor, por qué?!
La agarro desesperado por los hombros, pidiéndole explicaciones. Me mira fijo con sus fríos ojos y me escupe las palabras en la cara.
—Liliana y vos… eran hermanos. Te di en adopción cuando naciste.
Este cuento pertenece al libro La soledad del alma, publicado en el año 2014.
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Pila Gonzalez
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