Sueños recurrentes

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Su pasado apareció en sus sueños otra vez, como lo venía haciendo desde hace un tiempo. No recordaba desde cuándo, pero llevaba unos días con lo mismo. Todos los detalles y recuerdos de su vida. Cada palabra, cada respiración, cada mirada, cada sentimiento, cada sensación. Todos aquellos momentos, que estaban archivados en un disco duro, se reproducían en su subconsciente. Al principio pensó que eran sueños comunes, sin ningún sentido, como la mayoría de los que tenía hasta ese entonces. Lugares oscuros. Sonidos nuevos y conocidos a la vez. Pero a medida que soñaba, noche tras noche, fue percibiendo y recordando que, esas imágenes que se le aparecían mientras dormía, era su propia vida.

‹‹Vivir dos veces la misma vida, ¿Quién pudiera? ››, pensaba cuando se levantaba por las mañanas.

Como no quería olvidarse de nada comenzó a anotarlos en un cuaderno, en la página de la izquierda escribía lo que recordaba de su pasado y en la de la derecha el sueño tal cual transcurría. Con este método descubrió varias cosas. Primero, que tenía muy pocos recuerdos de su infancia, sólo vagas imágenes que no podía asociar a ningún año en particular. Segundo, que, de su adolescencia, etapa que marca a las personas para el resto de sus vidas, sólo recordaba los momentos catastróficos.

Pero el descubrimiento más grande que hizo gracias a su detallado registro fue que cada hora soñada equivalía a un día vivido de su pasado. Esto último le llevo un tiempo evidenciarlo. En aquella época dormía cinco horas por noche. Su metabolismo había cambiado por alguna razón que él no podía comprender y con ese cambio también se modificaron sus horas de sueño. No podía acostarse nunca antes de las doce de la noche porque no se dormía. Daba vueltas y vueltas en la cama sin poder relajarse y se despertaba todos los días a las cinco de la mañana, cuando llegaba al final de una nueva semana revivida, sin necesidad del reloj despertador, Las dos horas de siesta que dormía por las tardes le ayudaban a completar los siete días.

La clarificación de sus visiones lo llevó a calcular que, a ese ritmo, antes de cumplir treinta y nueve años, sus sueños alcanzarían a su vida presente. No le dio importancia. Lo único que le preocupaba era que su pasado continuara manifestándose todos los días. De esta manera, volvería a disfrutar todas aquellas ocasiones en la que había sido feliz de verdad.

El día que soñó con su primera semana en el jardín de infantes anduvo distraído en su trabajo. Había sido una experiencia bastante traumática en su niñez y también lo era ahora, en su etapa adulta. Separarse de su madre todos los días no le hace gracia a ningún niño de tres años.

Sin embargo, el hecho que le hizo reafirmar de manera definitiva la relación entre sus sueños y su vida llegó con la semana de su primer beso. Tenía doce años y había empezado a darse auto placer cuando se bañaba antes de acostarse. Con ese hallazgo de su sexo también sobrevino el deseo de besar en la boca a una chica, y la indicada era Marita, su compañera de curso quien cambiaba besos por dinero con los chicos más grandes de la escuela.

Para juntar la plata trabajó duro en el taller que tenía su abuelo en el garaje, lo que le valió que éste le pagara diez pesos por el trabajo. Le pidió si le podía pagar el viernes, antes de ir a la escuela.

—¿Cuál es el motivo por el que querés la plata hoy y no mañana como habíamos quedado?

—Es que estoy ahorrando desde hace mucho tiempo para comprarme la camiseta de Boca original y con la plata de esta semana, más lo que me va a dar mamá, llego justo —le mintió—. Además, la quiero ir a comprar antes de ingresar a la escuela para que todos mis compañeros la vieran.

—¿Cuánto te falta para completar el precio de “la 10 de Maradona”? —le dijo el abuelo.

—Mamá me prometió que hoy me iba a dar otros diez pesos más.

Entonces el abuelo abrió un cajón y le entregó un billete de veinte pesos.

—Tomá. No le digas nada a tu madre y andá a comprarte la remera ahora.

Revivió en el sueño cómo había salido corriendo desde lo de su abuelo, aparentando apuro y ganas, pero lo que hizo fue dirigirse hacia la casa de Marita y entregarle los veinte pesos con la promesa que en el primer recreo le daría un beso delante de todos.

—Está bien —le dijo Marita—. Pero esto solamente te alcanza para un beso de cinco segundos y sin lengua.

—Hecho —le contestó y salió disparado para su casa.

‹‹Que lindos recuerdos››, pensó cuando despertó esa mañana. ‹‹Una de las mejores semanas de mi vida y casi ni la recordaba››.

Los sueños, los recuerdos, su vida pasada le iban sucediendo mientras descansaba por las noches y en las siestas de la tarde. Pensó si sería el único en el mundo que poseía este don.

El temor que le generaba la posibilidad de dejar de soñar su vida fue desapareciendo con el tiempo y llegó a la conclusión que el momento más maravilloso del día era mientras estaba durmiendo. Cuando Morfeo le convidaba con una cucharada de exquisito y veraz pasado.

Como disfrutaba cada vez más de su vida mientras dormía, empezó a agregar horas de sueño. Decidió que dormiría doce horas por día. A causa de esto, su metabolismo volvió a cambiar y comenzó a perder peso. Pero a esta altura, no le importaba nada de su presente, sólo quería llegar a su casa cuando salía de trabajar y poder irse a la cama lo antes posible. Perdió el interés en escribir sus sueños en el cuaderno, ya no le encontraba un sentido. Ahora se dedicaba a disfrutar de sus mañanas, cuando rememoraba sus noches.

El día que se recibió de Contador Público fue uno de los más felices. Sabía que estaba por llegar así que se preparó para la ocasión. Quería que fuera un sueño placentero, sin ningún tipo de interrupciones. Lo invadió la ansiedad y estuvo a punto de faltar al trabajo, pero al final eligió esperar y dejarlo macerar las ocho horas que duraba su jornada laboral para que tome cuerpo. Estaba tan contento que en la oficina no se podía contener. Quería revivir el instante preciso cuando el profesor de Auditoria le estrechaba la mano y le decía:

‹‹Fernández, fue un placer tenerlo como alumno, ahora será un honor tenerlo como colega. Lo felicito Contador››.

No pudo resistir más y se fue a su casa antes de terminar su turno. Cuando llegó, desconectó el teléfono, cerró todas las persianas, puso música suave y se entregó al día en que toda la sociedad lo empezaría a llamar Contador. Cuando se despertó no pudo contener las lágrimas, esas mismas que había derramado junto a su madre cuando se abrazaron afuera del aula. En esa época, su madre ya estaba enferma y no tardaría en morir, pero el recuerdo de ese instante lo tendría guardado para siempre, más aún ahora, que lo había vivido otra vez.

La pesadilla del día de la muerte de su madre no la pudo evitar. Sabía que no podía hacerlo y que era parte del juego. Le tocó un sábado, así que decidió dormir todo el fin de semana para que esos días pasaran lo más rápido posible. Soñarlo fue tan desgarrador como cuando sucedió. Se despertó bañado en sudor y con el corazón galopando en su pecho a mil por hora.

Luego de ese hecho, su vida pasada dio un giro de trescientos sesenta grados. Fue muy difícil reponerse, pero pudo superarlo y continuar viviendo de la mejor manera.

Soñó el día en que prometió que dejaría de llorar la pérdida de su madre, porque ella no lo querría ver abatido y empezaría a hacer aquello que lo hiciera feliz porque sabía que eso la llenaría de orgullo donde quiera que su madre esté.

La obsesión por los sueños se hizo cada vez mayor. A las doce horas que dormía por día, le agregó dos horas más. Se la pasaba durmiendo y reviviendo su pasado.

La mañana que se despertó luego de haber soñado con su ascenso a Vicegerente de la empresa, teniendo tan sólo treinta y cinco años, se le vino a la mente una idea reveladora. Faltaban tres años de sueños para llegar al momento presente y llegó a la conclusión de que una vez que esto sucediera, comenzaría a soñar el futuro. Esta idea empezó a consumirlo de tal manera que no lo dejaba pensar en otra cosa. Sólo tenía un objetivo: llegar al presente en sus sueños. Su obsesión le jugó en contra y ahora no lograba dormir más de siete horas por día. Se despertaba en mitad de la noche y se desvelaba.

‹‹ ¿Cómo puede ser que me pase esto justo ahora? Ya casi lo tengo. Casi lo logro. Solo unos meses más, por favor, unos pocos meses más››, imploraba mientras buscaba una solución a su terrible problema de insomnio.

Se tomó vacaciones en su trabajo, de esta manera tendría también el día para intentar dormir y soñar. Pero no había caso. Sólo lograba permanecer dormido nueve horas y nunca seguidas, por lo que su pasado se veía interrumpido en mitad de momentos importantes para continuar horas después, cuando lograba relajarse y volver a conciliar el sueño.

Quería solucionar lo más rápido posible su problema entonces decidió visitar a un médico.

—Doctor, no puedo dormir. Creo que me cambió el metabolismo y no logro pegar un ojo por las noches. Llevo varios días desvelado. No me podría recetar alguna pastilla porque no aguanto más, estoy desesperado.

Vio en el rostro de su doctor la preocupación y la urgencia que le había transmitido con su ponencia segundos antes y atisbó una pequeña posibilidad que éste lo ayudara con su drama.

—Mire Fernández, tómese una de éstas después de cenar y verá como vuelve a dormir como un angelito. Y no se preocupe, que lo que me cuenta les pasa a todas las personas. Es lo más normal del mundo. Le recomiendo que empiece a meditar o a hacer algún ejercicio, le va a ayudar con su problema de insomnio.

Esa noche se tomó la pastilla después de comer, como le había indicado el doctor. Sólo fueron diez horas, pero se conformó. Aunque luego de tres días, eran insuficientes y aumentó la dosis a dos pastillas por noche. Con esto logró dormir trece horas.

Cuando estaba despierto hacía todo lo posible por estar dormido. Escuchaba música, bebía leche tibia, meditaba y corría en una cinta. Pero no podía acrecentar el tiempo que estaba soñando.

‹‹Falta poco. Ya llega el día. Un mes más. ¡Vamos que vos podés! ››.

Volvió a aumentar la dosis. Esta vez fueron cuatro pastillas, sin embargo, no hubo ningún incremento en sus horas de sueño. Algunos días llegaba a catorce, aunque él pensaba que eran vagas excepciones y puras casualidades.

‹‹Tengo que encontrar otro método para poder dormir más››.

Buscó en internet y encontró a un curandero que decía tener un sistema infalible para combatir el insomnio.  Lo llamó por teléfono y reservó una cita para el día siguiente con carácter de urgente. Una vez en el consultorio, le explicó que quería encontrar la forma de poder dormir más, sin darle detalles del verdadero motivo.

—Le prometo que si logra hacerme dormir por lo menos veinte horas por día le pago el doble de lo que vale la consulta.

El curandero lo miró un momento y luego se paró. Se dirigió hasta el armario que tenía a sus espaldas. Agarró un frasquito de color esmeralda y lo colocó en la mesa, entre ambos.

—¿Qué es esto?

—Esto señor, es lo que le va a hacer dormir el tiempo que quiera. Es un preparado que conseguí de una tribu del Amazonas en mi último viaje por esas tierras. Los nativos lo usan con sus ancianos para que no sufran la muerte y lleguen al más allá teniendo sueños placenteros.

—Sí, eso quiero. Soñar, pero no me quiero morir en el intento.

—No es un veneno, señor. Si usted lo utiliza de la manera en que yo le voy a explicar no debería preocuparse por nada. Aunque debo advertirlo que es muy peligroso. Sólo debe tomar una cuchara por día, no más. Los efectos de esta pócima en cantidades mayores son desconocidos.

—No se preocupe. Una cuchara por día —dijo mientras tomaba entre sus dedos el frasco que lo llevaría al futuro y dejaba un cheque sobre la mesa.

—Acuérdese que sólo…

—Buenas tardes.

De vuelta, en su casa, la ansiedad y la alegría se le mezclaron en su cuerpo. Se metió en su cuarto y se acomodó en la cama, dispuesto a tener la mejor noche de su vida. Bebió de un sorbo el frasco entero y apoyó su cabeza en la almohada.

El sueño se apoderó de él en un instante y su vida transcurría más rápido que de costumbre. Los recuerdos se amontonaban en su mente. Se vio a sí mismo charlando con su médico y tomando cantidades descomunales de pastillas. Volvió a escuchar las recomendaciones del curandero.

‹‹Sólo una cuchara››.

Sintió otra vez, cómo un sueño pesado lo apresaba en sus recuerdos.

‹‹Sólo una cuchara››.

Soñó como su vida continuaba, tal como él lo había imaginado. El retiro de la empresa, la muerte, su propia muerte. Soñó el final y soñó el principio. Volvía a nacer. Y moría.

El círculo de su vida giraba a velocidades infinitas y ya no podría detenerse. Una y otra vez millones de recuerdos pasaban en un segundo por su mente.

Y allí se encontraba, el hombre que tuvo el don de soñar su propia historia, mientras vivía el presente. Allí estaba. Soñando una y otra vez su vida. Viviendo una y otra vez sus sueños.

Este cuento pertenece al libro La soledad del alma, publicado en el año 2014.

La soledad del alma

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Pila Gonzalez

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Me gusta lo simple. Juntarme a comer y tener una buena charla con mis amigos, salir a correr, sentarme a leer en un parque, escribir en cuadernos, recorrer lugares caminando. Enamorado de los Balcanes, me autodenomino un catador de cafeterías por el mundo.
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